Como mamá o papá es común escuchar: – “No puedes ser amigo de tu hijo”, “Tienes que ponerle límites” -, pero, ¿realmente la amistad está peleada con la educación?
La amistad es ese afecto desinteresado que compartimos con otra persona, y que nace y se fortalece con el trato. Algo que las madres y los padres viven con sus hijas e hijos desde que nacen.
Toda niña o niño necesita tener un vínculo seguro mediante el cual reciba cariño, cuidado, protección y amor, es decir, un buen trato; condiciones que se dan en la verdadera amistad. Cuando la educación en casa incluye estas condiciones, se dota a niñas y niños de habilidades que les ayudarán a afrontar las adversidades de la vida y salir adelante teniendo nuevos comienzos, es decir, a ser resilientes, y así a sobrevivir en las etapas más decisivas de su vida: la infancia y la adolescencia.
Generalmente, se piensa que la amistad no es compatible con la educación porque existe la creencia de que “para educar bien hay que poner límites y reglas”, sin embargo, un verdadero amigo te aconsejará siempre lo que sea mejor para tu bienestar, algo que también hacen las madres y los padres, y que no contradice la función de los límites sanos (proteger y dar seguridad a niñas y niños). Al contrario, podrás comprenderlos mejor y conectarte con lo que sienten, lo que piensan, lo que hacen, lo que viven.
Aquí cinco pasos para crear esa conexión con tus hijos:
- Haz conexión contigo mismo: Respira profundamente tres veces, concentra tu atención en lo que estás sintiendo en tu cuerpo, en tus emociones y en tus pensamientos; y en el mensaje que envías con tu lenguaje corporal, es decir, con tu postura y tus gestos.
- Ten en cuenta siempre el contexto: Piensa en tu hija(o), en su temperamento y personalidad, en la etapa por la que está atravesando, en las situaciones que sucedieron alrededor del evento que quieras corregir o simplemente acompañar.
- Crea un ambiente de confianza y cercanía: Para hablar busca un espacio sin distractores que permita centrar la atención entre ustedes: su habitación, el jardín, la sala de tu casa.
- Escucha con atención (activa):
- Enfoca tu atención en tu hija(o): Observa lo que te quiere decir con su postura, con sus gestos, con su tono de voz (lenguaje corporal).
- Inicia la conversación: Haz alguna pregunta con tono de curiosidad, sin juzgar, como: – ¿Qué ha pasado aquí?
- Escucha sin interrumpir y sin cuestionar: Dale importancia y valida lo que expresan, es real lo que están
- Comprende: Entiende la necesidad que hay detrás de su conducta, pero recuerda, ¡cuidado con los juicios! Todas nuestras acciones llevan una intención, aún sin darnos cuenta. Ayúdalos a descubrirla y aceptarla. Por ejemplo: – Te interesa mucho eso, ¿verdad?
- Sé empático: Identifica tus emociones mientras escuchas y percibe las suyas, trata de recordar si alguna vez viviste algo similar y coméntalo: – Creo que a mí también me hubiera gustado -, – Lo mismo me pasó cuando…
- Re dirige: Ahora que lograste la conexión es momento de hablar de los límites en casa. Puedes decir algo como: – Entonces, ¿qué hay de lo que habíamos acordado? Seguramente recibirás algún gesto de tristeza, frustración o enojo como respuesta. Otra frase puede ser: -Hoy no hiciste caso a los límites, pero sé que la próxima vez sí lo harás, ¿verdad?
- Enfócate en soluciones: Ayuda a tu hija(o) a encontrar una forma de reparar la situación (no te pierdas en sermones y explicaciones, se aprende más con la experiencia). Cuida que la solución sea congruente con la situación (consecuencia lógica). Cuando las situaciones lo permitan abre la puerta a encontrar juntos una solución, poner un límite, por ejemplo: – ¿Cómo quieres solucionarlo? Seguramente te dará más opciones.
Si como mamá o papá reflexionas sobre esto, puedes darte cuenta de los tratos que recibiste en la infancia. Recordar y agradecer los buenos tratos, y sanar tus experiencias de maltrato a través de los vínculos amorosos, te aportará recursos para formar una verdadera amistad con tus hijas e hijos.
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